Viví así, solo, nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de beber para ocho días. La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía: - ¡Por favor... píntame un cordero! -¿Eh? -¡Píntame un cordero! |
![]() |
Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo: -¡No! Este está ya muy enfermo. Haz otro. Volví a dibujar. Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia. -¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos… Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.-Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo. |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
-¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesario mucha hierba para este cordero?
-¿Por qué?
-Porque en mi tierra es todo tan pequeño…
Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:
-¡Bueno, no tan pequeño…! Está dormido… Y así fue como conocí al principito. |
![]() ![]() ![]() |