“Las
pequeñas alegrías” es un ensayo de Herman Hesse, en el que nos alerta contra
la hiperactividad y el frenesí de la prisa, como peligrosos enemigos de la
felicidad. Se lamenta, además, de que frecuentemente nuestra forma de gozar se
acompaña de cierta ansiedad, sobreestimando el placer y minusvalorando la
alegría. El Premio Nobel de Literatura nos recuerda que el disfrute moderado
duplica la felicidad. El arte de vivir consiste en saber distinguir los
innumerables deleites de las que el mundo está repleto, y que muchos ignoran
mientras aguardan la gran felicidad.
Cada día está preñado de pequeñas alegrías, que hacen muy grande a la vida. Te
levantas de madrugada, bebes un vaso de agua y piensas: ¡Ésta sería la mejor
bebida si nos faltasen todas! Lo mismo sucede con los alimentos: ¿Cuál
añoraríamos más si todos desapareciesen? ¿El pan, el tomate, cualquier fruta
por modesta y común que sea como la manzana o la naranja? ¿Y el contacto diario
con la naturaleza o la observación del firmamento? Y los olores… ¿El aroma de
la medianoche, la fragancia del amanecer, el bálsamo del anochecer, o el
aliento de un ser querido?
Porque lo más importante son las personas. Sí, ésas con las que convivimos, que
tantas veces nos desquician: los hijos, los suegros, la pareja, los cuñados,
las sobrinas, los vecinos, los conductores, los peatones, los gamberros, los
cretinos,… Todos somos necesarios e imprescindibles. ¿Cómo podríamos apreciar
la quietud pacífica de la noche si un desvergonzado no nos desvelase con un
berrido intempestivo, que nos obliga o a acurrucarnos nuevamente o, a los
insomnes, a escribir estas líneas? ¿O esos hijos adolescentes que te atruenan
continuamente la casa con músicas estrepitosas, y que cuando se van al
extranjero no te dejan concentrarte por el clamoroso silencio de su ausencia y
el inquietante orden de sus cuartos? Y ¿qué me dicen de las reiteradas
“batallitas” de los suegros, que el día menos hablador te preocupan y comentas
con tu cónyuge: “Me parece que el abuelo está un poco mayor…”? ¿Acaso podríamos
vivir sin ese beso descuidado que te da tu hija cuando sale cualquier tarde,
tras pedirte una extensión de la paga? Y la “parienta” que te ha aguantado
treinta años y que todavía cree que eres especial y único: ¡Ella sí que es
excepcional!
Hay
tesoros muy valiosos, pero ninguno tan preciado como la familia, que lo es
todo. Y todos disponemos de una familia de la que preocuparnos y que se ocupa
también de nosotros: se llama Humanidad. A menudo, no apreciamos lo obvio, lo
gratis, lo cercano, lo nuestro,… ¡Qué ciegos podemos llegar a ser! ¡Levanta la
mirada de este periódico, mira a tu alrededor y sonríe! Comprobarás que la vida
es un espejo que siempre devuelva la sonrisa a los más risueños…
Mikel Agirregabiria Agirre.
Getxo (Bizkaia)
También publicado en Galicia Diario (9-7-2003), El Semanal Digital (10-7-2003), Ecología Social (18-7-2003), Catholic Net, Hispanidad (10-7-2003), Fe y Familia (17-8-2003), Kiosko Editorial (México, 27-8-2003), Piensa un Poco (Opinión 6-10-2003 - Cartas 10-10-2003),...
(RESPUESTA RECIBIDA - CITADO desde Argentina)
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