¡Dios, Él es, Oíd!
Autor:
Mikel Agirregabiria Agirre
Un remoto amigo, webmaster de publicaciones con
difusión mundial por Internet, sugiere que hablemos de Dios. Esta petición
es muy difícil, porque exige prudencia y cuidado en lo expuesto para
lograr la exactitud y el rigor que la magnitud del tema exige. Pero,
podemos convertirlo en algo fácil, si compartimos simplemente ideas muy
sencillas, pero muy sentidas por cada uno de nosotros.
Hay muchas razones para creer en Dios, en mi opinión. Citaré solamente
dos. Un argumento racional, definitivo a mi juicio, sería que los seres
humanos, todos, tenemos una ansiedad de espiritualidad, de trascendencia,
de inmortalidad. Este deseo es generalizado, y sólo caben dos
posibilidades: O somos seres espirituales con una breve existencia humana,
o sólo somos personas mortales con falsas pretensiones de eternidad. Lo
segundo no somos, ¡no podemos ser!, sólo “entes engañados” por un afán
inalcanzable de infinitud. Sólo podemos ser “realidades con alma
imperecedera” que ahora vivimos una breve fase terrenal.
Una segunda demostración, más emocional e íntima, sería ese “hombrecillo”
que llevamos dentro y que descubrimos con los años. El “hombrecillo” somos
nosotros mismos, que miramos a través de unos ojos gastados la imagen
reflejada en el espejo y que casi no nos reconocemos, porque nos empezamos
a parecer no ya a nuestro padre, sino incluso a nuestro abuelo. Pero ese
“personajillo” que transportamos en nuestro interior no cambia. Nos
sentimos con 50 años como éramos con 30, con 15 o con 5 años. “Nosotros”
somos el mismo, aunque nuestro aspecto haya envejecido. Los que vamos
hacia la edad de ser abuelos, a menudo sentimos la urgencia de subir al
camarote y montar el “corralito infantil” de nuestros hijos, para meternos
dentro y volver a sentirnos bebés que quieren escapar de ese vallado para
descubrir el mundo. Aquel niño que fuimos, desde donde recordamos, y el
anciano que seremos son el mismo “ser”, que no siente el paso del tiempo.
Con la edad vamos entendiendo que el “yo” no puede ser nuestro físico, que
este “yo” de la madurez es exactamente el mismo “yo” que descubrió el amor
filial y familiar con 3 años, el amor humano de una mujer con 18 años, la
vocación profesional con 22 años, el amor paternal con 30,… Ese “yo” no
puede ser mi cuerpo, ni mi cerebro, ni mi consciente,… Ese “yo” es mi
alma.
¡Hoy creo en Dios!, como dijo Bécquer. Creer es muy fácil. Lo
verdaderamente difícil es ser coherente con Dios, porque en ese compromiso
no caben medias tintas. Éste es un mensaje de ida y vuelta, capicúa, como
el título y la frase final: “Sólo Dios o ídolos”.
Artículo original (12-12-2003). También publicado en Sr. Director (12-12-2003), Estrella Digital (13-12-2003), CyberEuskadi (Columna diaria, 13-12-2003), Uribe Kosta Digitala (13-12-2003), Ávila Red (15-12-2003), Ecología Social (16-12-2003) PDF reducido, Noticias de Salamanca (18-12-2003), Carta-Traca nº 35 (Sección propia en Galicia Información 23-12-2003), El Nuevo Herald (Miami, 26-12-2003, retitulado 'Razones para creer'),...