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Una Educación en Valores Éticos.
Las continuas reformas escolares que han supuesto significativas mejoras,
también han originado inesperados efectos indeseables. El prolongado análisis
de los modelos sugeridos por los agentes educativos y las variaciones
curriculares, metodológicas y organizativas, han eclipsado un debate previo
sobre qué valores éticos y humanísticos ha de transmitir un moderno sistema
educativo formal. En este punto no resulta ocioso reseñar que, aunque sea
obvio, los valores y principios son de elección y aceptación personal. Por
tanto, se trata de un tema eminentemente subjetivo, aunque entendemos que no
por ello resulta vana la reflexión en común para la adopción de una ética de
mínimos que se aprenda y enseñe también en el ámbito de la comunidad educativa.
Ningún
educador proclamaría jamás que el alumnado debe redescubrir las bases de la
matemática o de la ciencia para no condicionar su propia visión o limitar su
creatividad, sino que sólo un sólido conocimiento del saber histórico sobre la
materia permite crecer. Si esto es tan palmario, ¿por qué esa corriente de no cultivar los aspectos éticos de
la personalidad humana, y dejar su desarrollo a la simple y supuesta
“espontaneidad”, que no existe en una realidad de influencias sociales? Bajo la
supuesta “libertad de elección de valores”, que sólo se enmascara la renuncia
de algunos a la formación ética, la ausencia de formación ética conduciría, en
la mayoría de los casos, a la adopción de los valores más generalizados, los de
la frivolidad del consumismo presente en los poderosos medios de comunicación,
que los exponen como la única motivación consistente de la felicidad universal.
Entendamos
que los principios éticos deben figurar en los proyectos educativos y ser
enseñados en las programaciones, siguiendo una activa metodología calidoscópica
de continuas iniciativas para la transmisión y construcción de valores que
constituye el intitulado “currículum oculto”, para su adquisición y apropiación
por el alumnado, a través de la reflexión y maduración propia mediante una
serie de hábitos y actuaciones de despliegue solidario con su entorno más
próximo. Los modelos derivados de las figuras de alumnado- tutor, de
voluntariado, y de un maximizado protagonismo en la participación escolar
pueden servir de cauce para este proceso.
La
educación vasca debe promover a ultranza la tolerancia y respeto mutuo,
reconociendo la significación de la declaración universal de los derechos
humanos y de las libertades fundamentales individuales y colectivas, para
favorecer la convivencia plural en democracia. Urge la aceptación del
pluralismo ideológico de todos los integrantes de la comunidad educativa,
dentro de un clima escolar de respeto que no suponga ni discriminación ni
proselitismo. Se otorga especial importancia a la Educación para la Paz y al
valor del diálogo como vía de entendimiento y consecución de un clima de
tolerancia y respeto, aprendiendo a defender las opiniones propias y a respetar las opiniones ajenas, comprometiéndose a la dialéctica de mayoría-minoría en la consecución de acuerdos. La emergencia de contravalores ideológicos como la violencia, nos obliga a rescatar formulaciones en negativo, que suponíamos periclitadas, como las propuestas de no-violencia. Educar en la paz y en el respeto a la diferencia y a la vida exige el impulso de todas las
instituciones, y singularmente de las instancias educativas. Un impulso que,
debe estar acompañado de actitudes hondamente democráticas, comprometidas y
pedagógicas con tolerancia y diálogo, evitando la permanente crispación, el
desencuentro y la descalificación.
La educación
para la Paz alcanza un valor máximo en el caso de Euskadi por el esfuerzo
colectivo realizado en las últimas décadas en la prosecución de la
conciliación, y de la normalización política. La sociedad y la escuela vasca
están especialmente sensibilizadas y han consumado un interminable proceso de
búsqueda de negociación para poner fin a las manifestaciones de violencia. El
reconocimiento a las víctimas por todas las formas de terrorismo,
desgraciadamente aún no extinguidas, y el respeto a todos los derechos humanos
deben ser las bases de construcción de un sistema educativo que instale en todo
el estudiantado un rechazo cabal y somático a cualquier recurso violento,
apelando
siempre a los caminos éticos de participación social y política que la
civilización contemporánea nos proporciona. El repudio a las actitudes
militaristas o totalitarias, de imposición de la voluntad será una constante
educativa, asentada sobre la práctica cotidiana en el escenario escolar con
vías de diálogo y de resolución por sistemas democráticos.
El
aprendizaje educativo de los Derechos Humanos, como muestra del nivel alcanzado
por la Humanidad en su desarrollo personal y colectivo, será un elemento
curricular presente en la Enseñanza Primaria y Secundaria Obligatoria. En los
contenidos y desarrollos curriculares, adscritos a los valores o a materias
como la Filosofía y las Ciencias Sociales, se señalarán los valores
humanísticos y los diferentes planos de la lógica democrática, la social, la
moral y la política. Ya la Ley de la Escuela Pública Vasca incluían entre los
fines del Sistema Educativo Vasco: “Impulsar el desarrollo en libertad de la personalidad y la formación integral de los alumnos, asentados en los valores que hacen posible la convivencia democrática, fomentando, entre otros, la capacidad crítica, la igualdad, la justicia, la participación, el respeto, el pluralismo y la libertad de conciencia, la solidaridad, la inquietud social, la tolerancia y el respeto mutuo, así como la defensa de los derechos humanos”.
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Una Educación que erradique y repudie cualquier forma de
violencia escolar.
El
escenario escolar, junto al entorno familiar y de barrio, son los primeros
espacios testigos e inductores de conductas intemperantes u ofensivas, que
deben ser corregidas y repudiadas con prontitud y ejemplaridad. La tolerancia
con la diversidad y con la libertad de las opciones personales sólo tiene un
límite intraspasable: el mismo derecho para los demás. La libertad de
expresión, debe ser modulada y corregida en su caso, por criterios de respeto a
los derechos humanos de toda la comunidad educativa. Toda forma de agresividad
o coacción, de modo verbal, físico o psicológico, debe quedar desterrada desde
sus primeras manifestaciones, inculcando un exquisito trato entre los
componentes de todos los estamentos escolares.
Creemos que
la juventud vasca, justamente por la historia reciente y remota de Euskadi, es
un referente social de implicación y participación en procesos de búsqueda de
la paz. Sin embargo, según el informe CINDES sobre la violencia juvenil en la
Comunidad Autónoma del País Vasco, elaborado a instancias del Parlamento Vasco,
todavía resta un 8,1% de la juventud vasca que puede ser considerado violento,
de los que un 2% (18.000 jóvenes) defienden estas actitudes por “razones”
políticas. La educación quizá ha primado el estímulo de la crítica, no siempre
constructiva, y pueden advertirse carencias de valores compensatorios, basados
en la tolerancia. La comprensión de los demás y la necesaria fraternidad entre
las personas, son valores esenciales que el sistema educativo debe implantar en
la personalidad ética de los educandos.
Así pues,
queda mucha tarea educativa por realizar a fin de asegurar definitivamente una
formación ética para la PAZ de la totalidad del alumnado, antes de concluir la
etapa obligatoria. Recordemos las palabras de Gandhi, “Si queremos enseñar la
verdadera paz en este mundo, y si queremos librar una verdadera guerra contra
la guerra, tendremos que empezar por los niños” y la cita del Gilles Lipovetsky:
“El Siglo XXI será ético, o no será”. Eduquemos para la PAZ en la tolerancia y
en la solidaridad.
Mikel Agirregabiria Agirre. Getxo (Bizkaia)
Miembro de
www.irakasten.org
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