Ha
sido noticia recientemente que un niño de 13 años, José Francisco M. B., se
escapó de su casa de Alhaurín de la Torre (Málaga) y 18 días después fue
encontrado sano y salvo en Móstoles (Madrid), tras haber viajado y sobrevivido
sin problemas después de llevarse 400 euros de su hogar. No se ha indicado
cuánto dinero le quedaba cuando fue hallado tras su fuga. Este chaval ha
elevado la categoría de “hacer novillos” hasta el nivel de “hacer turismo”, en
toda regla aunque prematuramente. Ni las familias ni el profesorado entendemos
esta contemporánea aceleración infantil y juvenil por querer llegar al estatus
de adultos, con lo bien que se puede subsistir en las primeras etapas vitales,
como tardíamente ellos también descubrirán.
Como padres o educadores,
muchos conocemos algo de la premura por vivir y por crecer de los hijos o
alumnos adolescentes. “Son” magníficos hijos y alumnos, pero “están” en una
fase que domina su existencia, intentando adivinar quién es cada uno de ellos.
Ese “estado” transitorio no debe confundirse con su “esencia”. Los jóvenes
exhiben todo tipo de peculiaridades propias de la pubertad: son más listos que
nadie, o al menos eso se creen ellos, y aman la libertad, entendida como hacer
lo que les dé la gana. Ciertamente son muy capaces, activos, dispuestos,
despiertos, creativos, y… apresurados. Porque si algo caracteriza a la
adolescencia es la prisa, junto al aburrimiento del que hablaremos en otra
ocasión. Mientras aún (aunque no lo reconozcan) añoran las certidumbres de la
infancia, demuestran gran prisa por llegar a mayores, por ser independientes y
por… aprender cometiendo sus propios errores. Desde su perspectiva como
protagonistas, los adolescentes definen la pubertad como “la etapa de la vida
en la que te acuerdas todo el rato de la infancia, mientras tus padres viven
una época de crisis porque nos hacemos mayores”.
¡Aprisa, deprisa! Prisa o
brisa adolescente. Que nos contagien su entusiasmo y no su prisa. Con el paso
de los años, los jóvenes aprenden aquello de Vicente Aleixandre: “Aquí tú y yo
sentado, alma, vamos a jugarnos la existencia sin prisa”, y que incluso por
economía de tiempo la calma es más expeditiva, como decía Stravinsky: “¿Prisa?
Nunca tengo prisa, no tengo tiempo”. O como canta Renato Teixeira: “Ando
despacio porque ya tuve prisa”. Algún día comprenderán que el secreto de la
longevidad consiste en no darse prisa.
En el fondo, los
adolescentes son una fuente inagotable de alegrías para sus padres, siempre que
sepamos interpretar sus actuaciones. Por ejemplo, sus tranquilizadoras notas
acreditan que no han copiado en el examen, o sus interminables horas de farra
cada fin de semana prueban que no están débiles como nos pensamos cuando el
lunes no conseguimos despertarlos. Diariamente comprobamos que saben discutir
con propiedad, aunque no dispongan ni por asomo de argumento válido alguno,
pudiendo ser perseverantes y tenaces en sus objetivos… pidiendo algún tipo de
vehículo. Ni por un momento los progenitores debemos pensar que nos ha tocado
un hijo difícil: ellos mismos enumerarán innumerables amigos de su misma
cuadrilla que desobedecen o trasnochan muchísimo más, según ellos.
No existen manuales, que
funcionen, para combatir el estrés de padres desesperados con hijos
adolescentes…. Sólo podemos recomendar remedios paliativos como grandes dosis
de paciencia, en definitiva “agua y resina”, aguantarse y resignarse. Ya
sabemos que dar la vida por los hijos sería mucho más fácil que el cotidiano
hecho de compartir el cuarto de baño con un o una adolescente. Seamos
positivos: Los problemas para la adolescencia de los 16 años se curan, de
golpe, el día de su siguiente cumpleaños, cuando empiezan las dificultades de
la adolescencia de los 17 años. Y así hasta los 20, 25, 30, o… Dios sabe
cuántos años. Es sólo cuestión de lustros…
En todo caso, conviene
evitar errores graves como pretender ser amigo de los hijos. Los hijos nos
quieren, y nos necesitan, como padres y no como amigos. Hace muchos años, un
día de verano en que me tocaba cargar con una enorme balsa y todos los trastos
camino de la playa se me ocurrió decirle a mi hijo que parecíamos dos buenos
amigos. Él, con esa inteligencia de los 7 años, me pidió, sin darle demasiada
importancia: “Aita (papá): ya tengo muchos amigos, ¿te importa ser sólo mi aita?”
Mikel Agirregabiria Agirre.
Getxo (Bizkaia)
Artículo original
(6-11-2003).
También publicado en
IblNews (5-12-2003),
Sr. Director (5-12-2003), Kaos en la Red (Opinión
5-12-2003), Rojo y Negro (6-12-2003), CyberEuskadi (Columna diaria, 7-12-2003), El Semanal Digital (7-12-2003), Ecología Social (9-12-2003), Galicia Diario (10-12-2003), Ávila Digital (26-12-2003), Noticias de Salamanca (31-12-2003),...
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