Ha muerto Jorge Oteiza, y se publicará su
colosal biografía, repetida en todos los periódicos. Oteiza ha sido,
indudablemente, uno de los mayores personajes de las artes plásticas del siglo
XX, comparable a Picasso, Le Corbusier, Gaudí, Henri Matisse, Chillida o Henry
Moore, pero para muchos de nosotros ha fallecido uno de nuestros padres
espirituales.
En tu aposento etéreo y eterno, lleno de vacío,
reencontrado con tu Itziar, toda tu fuerza encontrará destino. Te confieso,
Jorge, mi voluntariosa admiración, que me sume en una orfandad plena por tu
desaparición. Siempre me ha gustado releer "Quousque tandem”, tu insuperable
ensayo de interpretación ética y estética del alma vasca. Nadie me ha influido
tanto como tú, excepto Gabriel
Zelaia, poeta de una hondura sólo comparable con la tuya. Lamento no
poder estrechar mi subrayado ejemplar de tu obra, que se halla en mi hogar de
vacaciones, donde los libros predilectos encuentran su tiempo.
Siempre admiré vuestra personalidad vehemente
y radical, Oteiza y Zelaia,
de sentimiento trascendente de la existencia, vuestro experimento vital
renacentista de probar tantas artes, tantas expresiones, tantas formas de la
misma esencia vasca, poética y pragmática, corpórea y sutil, radical hasta la
hora suprema, como sólo algunos (vosotros y Chillida,..) habéis sabido
condensar, significando la categorización de nuestro pueblo, recio y
espiritual, celestial y telúrico a un mismo tiempo.
Siempre he pensado, contigo, que Euskadi
también es un Cromlech circular y vacío, que sólo necesita de escultores que se
lancen a vaciar la piedra en busca de la escultura que sus entrañas esconden.
Cincelar, tallar, esculpir, labrar la piedra hasta descubrir la maravilla que
encierra. Esa otra versión apacible del famoso
microcuento de Monterroso: “Cuando despertó, Euskadi ya estaba allí”.
Habremos de esperar, Jorge, pero… ¿hasta cuándo?
Mikel Agirregabiria
Agirre.
Getxo