Las acicaladas y pálidas
colegiales han dormido mal porque trasnocharon estudiando,
se quejan de dolor de cabeza, y sólo han podido desayunar
valeriana. Repasan todavía, cuchicheando entre ellas, pero
la ansiedad es patente. En el corto trayecto, intercambian
algunas hojas con los últimos resúmenes, mientras el
nerviosismo se acrecienta. Una y otra vez comprueban el
equipaje: bolso, calculadora, carpetas y sus pertrechados
estuches con varios bolígrafos –uno de cada color sin
estrenar-, tres lapiceros, rotuladores, sacapuntas,
pañuelitos de papel y el imprescindible tippex… Sus
premoniciones no pueden ser más negativas: “Nos va a salir
mal, porque no nos ha dado tiempo para revisar todos los
temas…” El tono irritable, e incluso lúgubre, no permite al
compungido padre sino unas palabras de ánimo antes de que
desembarquen. Durante el examen redactarán no menos de
treinta folios a doble espacio, con letra rápida y abultada,
saliendo con la impresión de no haber podido contarlo todo.
Cuando aparezcan las notas, ellas estarán pendientes y
rápidamente telefonearán a sus padres para tranquilizarles
con los resultados obtenidos, aunque habrán bajado algo la
buena nota media que traían del centro. Después, las
preparadas damiselas elegirán carreras que estiman quedan
perfectamente al alcance de sus cualidades y de sus
preferencias de estudio,…
Los desgarbados y greñudos
estudiantes varones, por el contrario, han dormido bien pero
poco, porque estuvieron la noche anterior viendo la
televisión, para descansar de no haber estudiado casi nada
durante las tres semanas previas, dado que “la suerte estaba
echada, y ya nada se podía cambiar”. Han desayunado
demasiado, y rápido, porque sólo se han levantado en la
última llamada. Están felices y alborozados porque les queda
muy poco para las vacaciones, y piden a la madre que
encienda la radio, cambie el rollo de emisora sólo noticias
para escuchar música marchosa a todo volumen… como si fuesen
de excursión. A duras penas traen un bolígrafo, casi sin
tinta, en el bolsillo trasero. Todavía se alegran más al
llegar a los primeros edificios y ver cuántas chavalas hay,
exteriorizando a gritos ¡cómo están de buenas!… condiciones
de salud. Salen disparados del coche, sin dar tiempo a la
afligida madre ni a desearles la “buena suerte”, que
obviamente necesitarán. En las pruebas se dignarán escribir
apenas algunas hojas, semivacías y completadas con símbolos
jeroglíficos en los vértices, opinando que se han enrollado
demasiado. Cuando salgan las notas, las madres saben
perfectamente que ellas mismas tendrán que ir a
comprobarlas, porque los mozalbetes estarán desde la mañana
en la playa… Después de aprobar justitos, como sus mediocres
notas promedio, los despreocupados jovenzuelos, que tras
dieciséis años de escolarización no han encontrado todavía
una asignatura de su gusto, se matricularán directamente en…
Ingenieros.
Esta exagerada hipérbole
en clave de humor sólo aspira a recordarnos a los
progenitores y al profesorado que, en nuestro aprendizaje
continuo del tratamiento a la diversidad, el género es un
factor decisivo de diferenciación, marcando profundas
disparidades en actitudes, ritmos de maduración, grados de
responsabilidad,… Sólo así podremos contribuir a un mayor
equilibrio de chicos y chicas en todas las opciones
académicas, fomentando la superación del modelo social
tradicional, tanto en unas como en otros, y promoviendo
especialmente el acceso de las chicas a la ciencia y a la
tecnología. Es tarea nuestra, de todos y de todas, el
fomento de la igualdad de mujeres y hombres en la familia,
en la educación, en el trabajo y en la vida.