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No vale acertar fuera de tiempo, ni equivocarse en plazo. La clase de vida que nos aguarda está en función directa de nuestras elecciones: ¿Qué clase de amigos preferimos?; ¿Estudiamos mucho o no?; ¿Qué tipo de carrera?; ¿En qué sector o empresa trabajaremos?,... Ortega decía que “Vivir es constantemente decidir lo que vamos a ser”. Pero generalmente las elecciones no son claras, entre un número determinado de opciones donde son bien conocidos sus inconvenientes y sus ventajas. Se trata de un dilema clásico, aplicable a todos los interrogantes anteriores en lo que a técnica de decisión se refiere, desde la elección de la pareja o del piso, salvada la lógica diferencia de trascendencia entre un cónyuge y un inmueble. No hay que precipitarse, porque el resultado es muy importante, pero tampoco se puede dilatar la preferencia hasta que sea demasiado tarde. Es la sempiterna historia de la princesa que buscando la mejor flor del bosque nunca se decidió… hasta que salió de la arboleda. O la anécdota de Kant, con acreditada fama de meditabundo. Para casarse también se lo pensó largamente, y cuando concluyó que su primera y única novia era la idónea, acudió a su ciudad para comunicárselo llevándose un inmenso desengaño al enterarse que su amada se había mudado… hacía 20 años. La teoría de juegos, especialidad matemática muy compleja, propone un modelo que simplificamos para su mejor comprensión: El caso del detective y el bandido alto. A las puertas de un garito donde se reúne una banda, espera un investigador con la misión de seguir al jefe. Sólo sabe que es el más alto del grupo de malhechores, pero ignora si todos ellos son rateros o púgiles, por lo que el cabecilla puede medir sólo un metro o más de dos. Además, para evitar ser seguidos los delincuentes salen de uno en uno, y al azar. El agente ve aparecer el primero y debe resolver seguirle o perderle. Conoce aproximadamente el número de bandidos, imaginemos que 100, y debe acertar en su única elección. ¿Parece imposible acertar? ¿Sólo un 1% de éxito? La estadística establece que con un método adecuado se puede acertar casi el 40%, aún en tan adversas circunstancias. El mejor sistema, sin enrevesadas demostraciones, consiste en dejar pasar a un tercio de los bandidos, a 33 en este caso, midiendo aproximadamente la altura del más alto que haya desaparecido. Luego se elige como posible jefe al siguiente que muestre una altura mayor. Así se optimizan las probabilidades.
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