Probablemente, el más
representativo de los fascinantes documentos históricos basados en relatos
cotidianos de seres maravillosos que vivieron épocas y situaciones que nunca
deberían ser olvidadas por la Humanidad sea el sublime “Diario
de Ana Frank”
(ver íntegramente en
bitacoradefarrio.webcindario.com),
la niña de 14 años que no llegó a crecer.
El 3 de mayo de 1944,
Ana
escribía a
su amiga Kitty: “Primero,
las noticias de la semana. La política está de asueto: nada, absolutamente nada
que señalar. ¿De qué sirve esta guerra? ¿Por qué los hombres no pueden vivir en
paz? ¿Por qué esta devastación?... ¿Por qué se gasta cada día millones en la
guerra y no hay un céntimo disponible para le medicina, los artistas y los
pobres? ¿Por qué hay hombres que sufren hambre, mientras que en otras partes
del mundo los alimentos se pudren en el lugar porque sobran? ¡Oh! ¿Por qué los
hombres han enloquecido así? Jamás creeré que únicamente los hombres poderosos,
los gobernantes y los capitalistas sean responsables de la guerra. No. El
hombre de la calle se alegra también mucho en hacerla. Si no, los pueblos hace
rato que se habrían rebelado”.
Recientemente se ha
descubierto otro caso similar, el de
Helga Deen,
una holandesa adolescente judía también exterminada en el
Holocausto nazi. El diario que escribió
Helga
antes de
perecer refleja, con mayor brevedad pero superior calidad prosística derivada
de sus 18 años, la misma desesperación que
Ana
provocada
por aquella indescriptible tragedia que aconteció en el centro de Europa hace
sólo 60 años.

Helga,
en su libreta
colegial de química de 20 páginas escasas y en cinco cartas dirigidas a su
novio Kees van den Berg, nos narra allá por junio de 1943, estando ya encerrada
en un barracón: "Cariño, hasta ahora no hay mayores problemas. Ocupo una
litera de tres pisos y, desde la ventana, veo árboles, pájaros, el cielo azul y
alguna nube. Qué desesperación. Todo es horrible. Las crisis de histeria a mi
alrededor, la falta de disciplina... Y el ruido”. El 2 de julio, antes de
ser deportada a Sobibor para su asesinato, anotó: "Todos los días vemos la
libertad tras el alambre de espino que nos encierra".
Ambos
diarios no son los únicos testimonios íntimos, a la vez que universales, de la
desolación en las guerras. Inolvidables, y dignos de ser releídos, son también
“Un
saco de canicas”
de
Joseph Joffo,
sobre las aventuras que vive junto a un hermano, con 10 y 12 años, para escapar
de los nazis en Paris y reunirse con sus hermanos mayores en la zona libre de
Francia, y “El
diario de Zlata”,
que empezó a escribir septiembre de 1991, poco antes de cumplir 11 años. Su
autora,
Zlata Filipovic,
describe con gran emotividad la vida en la Sarajevo desangrada de hace apenas
una década. Ambas obras resultan imperecederas declaraciones pacifistas, siendo
la primera más una memoria autobiográfica que enraíza con la divertida novela
picaresca y la segunda un diario de una niña croata que había leído a
Ana
y que
se encuentra prisionera en su propia casa, sin agua, gas ni electricidad. La
conclusión de todos estos muchachos, la resume
Zlata:
“Nosotros [los niños]
seguro que no habríamos escogido la guerra".
Existen
muchas iniciativas pedagógicas y metodologías didácticas de “niños
contra la guerra”.
Desde la escuela, con una educación en valores éticos y en defensa de los
derechos humanos de todas las personas, se puede transformar el mundo. Las
guerras acabarán cuando los escolares crezcan sin renunciar a su idealismo
utópico, según el cual “no merece la
pena escoger la guerra, porque no
conviene ni a los niños ni a los hombres de la calle”, como nos contaron
Ana,
Helga,
Joseph
y
Zlata.
Publicación
a partir del 21-10-2004 en
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