
Cuento predilecto
Mikel Agirregabiria Agirre.

La mujer del saco: Un
cuento inventado hace 20 años que mis hijos siempre prefirieron antes de
dormir. |
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Éste es uno de los muchos
cuentos que hace casi dos décadas inventamos Carmen y yo para nuestros hijos,
Leire y Aitor. No fue el cuento más largo, hubo alguno que duró dos años, con
semejanzas con “Dos
años de vacaciones” de Julio Verne (puede descargarse
gratuitamente en “El
Aleph”). Tampoco el más imaginativo, como los de
ciencia-ficción que pedían cuando fueron algo mayores; ni el de más personajes,
pues hubo alguno en el que intervenía casi toda la amplia familia y algunas
amistades transportados a la selva africana; ni quizá el de más miedo, como los
que aseguraban emoción y sorpresa con un grito garantizado cada minuto.
Algunas pautas comunes de
todas los historias solían ser que los personajes centrales, ¿por casualidad?,
siempre eran una niña y un niño de las edades de nuestros hijos; pasaban
aventuras arriesgadas, acababan triunfantes con un final feliz y aprendían
alguna moraleja. La versión final de los cuentas fue refinada por las
preferencias de sus oyentes, que insistían en los detalles minuciosos que
alargaban el relato tanto como fuera necesario. La fábula que a continuación se
condensa fue descrita –en muchas ocasiones- en narraciones que se extendían por
más de una hora, con descripciones completas e historias colaterales. Pasemos a
oír el cuento favorito de Leire y Aitor.
Había llegado la navidad y
los pequeños habían esperado con ansiedad la visita de los abuelos, pero aquel
año no vendrían porque la abuela estaba enferma. Los hermanos se entristecieron
porque querían ver a sus abuelos y pasar la nochevieja con ellos. Tanta fue su
insistencia, que los padres, que no podían viajar por razones de trabajo,
decidieron que los niños tomarían un tren e irían solos en un viaje de una
jornada. Les dieron mil consejos de no hablar con extraños, les prepararon la
comida y la merienda, y les sentaron juntos en un compartimiento del tren junto
con una señora muy guapa y amable que aseguró que les cuidaría durante parte
del viaje.
El primer trayecto lo
pasaron muy bien y comieron los bocadillos observando y comentando los
paisajes. La señora conversó con ellos y antes de bajar en su estación, les
recomendó nuevamente que no hablasen con extraños y que se abrigasen bien
porque había empezado a nevar y el frío de la tarde se notaba a través de las
ventanas del tren. Cuando la señora se fue, los niños se miraron con un poco de
miedo al quedarse solos. Cuando vieron que la puerta del camarote se abrió y
vieron entrar a una anciana completamente tapada y cubierta de nieve, se
alegraron porque les haría compañía. Dejó un pesado saco que traía con ella en
el asiento, junto a ella, y se quitó el gorro y la bufanda que traía empapados
de aguanieve. Al ver su cara descubierta, los dos hermanitos de 8 y 5 años se
asustaron. Parecía una bruja con el pelo blanco y un grano muy grande en la
punta de la nariz. Les habló con una voz ronca que también les atemorizó.
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¡Hola! ¿Dónde
vais? ¿Viajáis solitos los dos?
-
Nos esperan
nuestros abuelos en la última estación, pudo responder la niña, que era la
mayor, con un hilo de voz.
-
No creo que el
tren llegue hasta allí esta noche, porque la nevada es muy fuerte y la vía
estará cerrada.
El niño miraba fijamente el
saco, que era muy pesado y estaba lleno con algo que parecía agitarse. Al oído
se lo contó a su hermana, quien también quedó petrificada. Dentro del sucio
saco, atado con una soga, había algo o alguien que trataba de salir.
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¿Qué lleva en
el saco?, se atrevió a preguntar el niño al final.
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Son sólo
varios kilos de patatas que he comprado en el mercado, mintió la vieja dama.
Ellos no la creyeron y se
apretaron más fuertemente la mano. Cuando apareció el revisor a pedir el
billete a la viajera, les dijo que tenían un aviso de que un alud impedía el
viaje y que tendrían que pernoctar en la siguiente parada. Preguntó a la
anciana:
-
¿Los niños
pueden pasar la noche en su casa? Tráigalos mañana a las nueve para que
reanudemos el viaje.
-
No queremos ir
con esta señora, protestaron al unísono ambos niños, pero nadie les hizo caso.
La anciana les llevó a su
casa y preparó una copiosa cena. Toda la comida estaba deliciosa, y aunque al
principio los hermanos no querían probar nada, ni la leche, por temor a ser
envenenados, finalmente cenaron de todo y repitieron cada plato y hasta el
postre. Cuando se quedaron solos y se acostaron en el cuarto que la anciana les
había preparado, comenzaron a hablar y volvieron a preocuparse.
-
Nos ha querido
engordar como a los pavos de navidad porque nos quiere comer esta bruja, dijo
el niño.
-
Vamos a estar
despiertos toda la noche, dijo la niña, para que no pueda atacarnos cuando
estemos desprevenidos.
-
Tengo mucho
miedo, dijo Aitor.
-
Tengo mucho
sueño, respondió Leire. Se dieron la mano y aunque quisieron mantenerse en
vela, el cansancio y el ajetreo del día pudo con ellos y pronto se durmieron
plácidamente.
Al despertarse, la vela se
había apagado y ambos sintieron que no podían mover los pies. Parecía que
alguien les hubiera atrapado y no podían levantarse a abrir la ventana. De
pronto, entró la extraña matrona y les gritó.
-
¡Despertaros,
o perderéis el tren!
Con la luz vieron que un
gato negro, muy gordo, estaba dormido y tumbado encima de la cama justo sobre
sus pies. La anciana les dijo:
-
No os asustéis
del gato Micifuz que compré ayer en el pueblo. Venía metido en el saco porque
el revisor no deja transportar animales en los vagones de pasajeros.
Así quedó aclarado el
misterio y comprendieron todo. Tras desayunar con gran apetito y antes de subir
al tren, dieron un abrazo y un beso muy fuerte a aquella cariñosa anciana que
les había cuidado tan bien. Aprendieron que son las obras y no las apariencias
las que diferencia a las personas, y que hay mucha gente bondadosa aunque
tengan muchas arrugas o un grano feo en la cara. Y colorín colorado, este
cuento se ha acabado.
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Publicación a partir del 2-12-2004 en
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