La política no puede ser
la única esperanza de solución para una humanidad necesitada de salvación.
‘Deus ex machina’ es una
expresión latina, traducción de la locución griega απó μηχαυης Θεóς (apo
mikhanis theos), que significa un dios surgido como por arte de magia, como se
conocía en el teatro clásico la súbita aparición en escena de una deidad, que
venía literalmente volando a rescatar prodigiosamente a los protagonistas de
alguna situación desesperada. Dioses (Deus), que aparecían desde fuera (ex) de
la acción teatral accionados por poleas (machina).
Dicho recurso escénico se
considera invención de Eurípides (siglo V a.c.) y el artefacto, llamado mékhane,
que permitía a la figurante "deidad" mantenerse en el aire sobre el escenario,
no era sino una rudimentaria grúa de tramoya de la que pendía el actor sujeto
por una cuerda. En la actualidad, la frase se aplica para designar lo que
inesperadamente surge para resolver una situación aparentemente imposible.
Virgilio es el primero en utilizar tal concepto en La Eneida. Horacio
recomienda en su Arte Poética ser prudente al urdir el desenlace y recurrir a
un poder sobrenatural sólo cuando lo requiera la índole de la obra: Nec deus
intersit, nisi dignus vindice modus (No hagáis intervenir a un dios, sino
cuando el drama es digno de ser desenredado
por
una divinidad).
Cuando vivimos una era que
revisa permanentemente la fe religiosa, Henri Bergson nos recuerda una verdad
poco halagüeña para la naturaleza humana: “El mundo es una máquina para
fabricar dioses”. Todos sentimos la necesidad de que se solucionen los
acuciantes problemas de este desdichado mundo con una intervención externa que
provoque repentinamente un desenlace feliz. ‘Deus ex machina’, incluso para
quienes no conocen la expresión, adopta formas variadas de soluciones
providenciales que lo arreglan todo.
Muchos creen que su ‘Deus
ex machina’ será el dinero o la lotería; algunos sostienen que la fuerza o la
violencia resolverán sus conflictos; terceros opinan que indiscutiblemente el
mercado y el nuevo orden económico regularán la felicidad; otros consideran que
la tecnología, la informática e Internet salvarán al mundo; finalmente, la
mayoría supone que los gobiernos o los políticos encontrarán la solución
milagrosa para encubrir automáticamente la tragedia humana de nuestro fracaso
colectivo como habitantes de un planeta conflictivo repleto de injusticia.
Políticos innovadores como
Pasqual Maragall, presidente de la Generalitat, amplían y matizan el
‘Deus ex machina’ de su capacidad transformadora desde los poderes públicos. En
su primer discurso con motivo de la Diada de Catalunya, concreta
fórmulas que trasladan y comparten responsabilidades de la administración con
la sociedad civil, abogando por "un nuevo patriotismo" sobre el "triángulo
mágico escuela-gobierno-empresas". Nótese que hasta aquí aparece el
adjetivo de mágico. Quizá sea un avance hacia una política más participativa y
más realista porque es más factible la resolución de nuestras dificultades con
el apoyo de sectores claves como la educación o la economía, donde todos
tenemos capacidad de aportar. Los políticos acertados tácitamente nos dicen:
“No confiéis tanto en nosotros, sino en lo que todos juntos y bien organizados
podamos alcanzar”.
No nos escudemos en
subterfugios a la espera eterna de que un cúmulo de casualidades sin motivo
aparente nos alivie de nuestro infortunio.
Renunciemos a la incesante necesidad de crear falsos ídolos, que nos excusen
del compromiso que cada uno de nosotros hemos de asumir personalmente, superando la desesperanza. No quedan más
coartadas propias de adoradores de artificios que nos eximan de nuestra
responsabilidad directa. Despertemos del espejismo de la quimera que soñamos
como sonámbulos andantes: Cada uno de nosotros somos los arquitectos de nuestro
futuro. Esta solución, la nuestra que depende sólo de nuestro esfuerzo, cabe
esperarla siempre. Con nuestra voluntad, individual y colectiva, sabremos salir
airosos de las situaciones más complejas. La formulación de Ignacio de Loyola
es muy sensata: “Confiad en Dios, actuando, no obstante, como si el éxito de
cada acción dependiese de vos y nada de Dios". Y Kipling sentenció: “La
Providencia ayuda a quienes ayudan a los demás”.
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