La felicidad impide
llevar un diario, sea un periódico o un simple memorando en un cuaderno.
Lope de Vega
creó un personaje imaginario con quien hablar para convertir los monólogos en
diálogos. Su reconocido soneto "Mientes Fabio" termina así: "¿Entiendes, Fabio,
lo que voy diciendo? / — ¿Y cómo no entenderlo? — ¡Mientes, Fabio, / que yo
mismo que lo digo, no lo entiendo!". La vida y, más aún, la felicidad son
asuntos demasiado intrincados para quien esto suscribe y, por ende, para mi
sempiterno interlocutor Fabio. Esto pensaba yo, a la sombra de mis Ficus
Benjamina, tras un largo viaje en coche, y sin apetitos para pergeñar alguna
reflexión en mi weblog
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por el consejo: "Si conduces, no escribas".
Mas es
preciso continuar. Dicen que en la vida, lo más difícil no es empezar, ni
siquiera acabar, sino seguir y persistir sin abandonar. Así pues, sólo una nota
de perseverancia ante la inocultable falta de inspiración. Cada uno de nosotros
prefiere un lema, una divisa con la que se identifica. Hace tiempo, elegí dos.
Una que Cervantes pone en boca del Quijote: "Podrán los encantadores quitarme
la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo les será imposible", que declara la
voluntad de no ceder jamás ante las desgracias. La segunda, menos literaria
pero más realista, más madura procede del pragmático político Theodore
Roosevelt, que fue Premio Nobel de la Paz en 1906: "Haz lo que puedas, con lo
que tengas, donde te encuentres". Esta segunda máxima, interpretada en términos
de humanidad, apela a que siempre cabe hacer el bien, sin importar dónde ni
cómo estemos.
"Déjate,
Fabio, servir" es un refrán para dar a entender que los honores u ob sequios no
deben ser rehusados. Pero no existe mayor honor que cuidar a los demás. Mi
padre, sabiamente nos decía: "¿Qué prefieres: ayudar o ser ayudado?". En
vacaciones es muy fácil sacar un poco de tiempo, aún a costa de cumplir con el
diario personal, para auxiliar a los demás. Ya lo señaló el genio de Beethoven:
"El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad".
Los dos
Ficus de ramas enlazadas siguen deshojándose lentamente. No existe mejor
metáfora de la brevedad de la vida que esas hojuelas amarillentas que caen.
Antes de morir debieron cumplir con su misión, respiraron para toda la
comunidad que forma el árbol, transformaron el aire y el agua en savia
vivificante. Mueren, sí, pero proclamando que han vivido con integridad,
cumpliendo con su deber hasta el momento final. ¿Ahora entienden por qué a uno
de estos Ficus le llamo Fabio?
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