Mikel
Agirregabiria Agirre
La
ambición de los todopoderosos debe ser reprobada.
Vivimos una confusa
situación planetaria en la que los lobos siguen exigiendo garantías contra los
ataques de las ovejas. Los gobiernos de los países más poderosos económica y
militarmente, dotados con inmensos arsenales saturados de armas de destrucción
masiva y un amplio historial de imperialismo en todos los continentes,
continúan confundiendo a sus ciudadanías con artificiales miedos de diabólicos
enemigos que sólo son famélicos países tercermundistas como Corea del Norte.
Siniestros
personajes como Richard Perle, uno de los crueles promotores de la política de
“ataques preventivos” y vinculado a los sórdidos intereses armamentísticos
norteamericanos, ha dimitido consecutivamente de la Presidencia y recientemente
de la misma Junta de Política de Defensa del Pentágono, porque sus criterios
belicistas asustan incluso a la propia administración Bush, o al menos, causan
un perjuicio a su campaña electoral. Un controvertido libro suyo recientemente
publicado, “El fin del mal: cómo ganar la guerra contra el terrorismo”, propone
una vasta reforma de los ministerios responsables de endurecer aún más su
política, abogando por "acciones vigorosas" contra Irán, Arabia Saudí, Libia,
Siria y otros Estados que, según su militarista visión, representan una
intolerable amenaza. Este “halcón de halcones” opina que EE.UU. debe salir de
la ONU e incluso ha calificado de "blando" al Secretario de Estado, Colin
Powell.
La escritora francesa de
finales del siglo XIX, la Princesa Karadja decía que “El mundo es un parque de
animales en el que se olvidó separar los lobos de los corderos”. Revivimos
todas las enseñanzas de los clásicos, desde Esopo que anticipó que “Cuando un
lobo se empeña en tener la razón, ¡pobres corderos!” hasta la conclusión de
Voltaire, “Así, en todos los tiempos, nuestros señores los leones han firmado
sus tratados a costa de los corderos”.
Más
trágicos y penosos son aún algunos raposos, que estando entre lobos aprendieron
a aullar como ellos. Pero, aunque nos sintamos como en el proverbio latino “De
frente un precipicio, detrás un lobo”, sepan los agresores que cuando los
corderos montan en cólera son peor que los lobos. La audacia es pavor vencido,
desbordamiento de los tímidos desencadenados, ferocidad de cordero
encolerizado. No toleremos que “El hombre sea un lobo para el hombre”. Hagamos
que el hombre sea un hombre frente a los lobos. Ya dura demasiado el silencio
de los corderos…
Publicado
en PP
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