El
milagroso “Efecto Pigmalión” en la convivencia cotidiana
Relata
Ovidio en su obra “Metamorfosis” la historia de
Pigmalión, un monarca chipriota que destacó por su
sabiduría como regente. Su tiempo libre lo dedicaba a la escultura. Un día
comenzó un ambicioso proyecto: crear una figura femenina de marfil tan perfecta
como ninguna mujer real podría serlo. Trabajó incansablemente hasta lograr su
objetivo. Cuando hubo acabado, la vistió con las mejores galas y le impuso el
nombre Galatea.
Pigmalión comprendió que se
había enamorado de la estatua, pidiendo a la diosa Afrodita que infundiese vida
a Galatea para adorarla. La deidad se lo concedió diciendo: “Mereces la
felicidad que tú mismo has moldeado. Ahí tienes a la compañera que has
elegido”. Pigmalión advirtió que uno de los dedos marmóreos se movía y
palpitaba. Ante sus atónitos ojos, Galatea adquirió los primeros rubores en sus
mejillas e inició un grácil movimiento, bajando del pedestal para sonreír a su
creador. Éste le rogó que se desposase
como reina de Chipre. Ella indicó que le bastaba ser su amante esposa.

Las variantes de la leyenda
griega de Pigmalión y Galatea son múltiples en la historia del arte y la
cultura, naciendo con el precedente bíblico de Eva como costilla de Adán. Ha
inspirado a pintores y músicos, a dramaturgos y psicólogos. Destaca la obra del
Premio Nobel de
Literatura George Bernard Shaw, “Pigmalión”, llevada al cine en dos
oscarizadas ocasiones, la última por George Cukor como “My fair lady”
(Mi bella dama). Allí una inolvidable Audrey Hepburn da vida a “Eliza”,
descarada florista barriobajera a quien el lingüista profesor Rex Harrison
convierte en aristocrática dama. Para no extendernos con derivaciones en obras
pictóricas y partituras, citemos una sola oración cervantina como referencia
concluyente: “El Quijote sí creyó
y
trató a Dulcinea... como a una reina”.
Filtrando los matices
sexistas y paternalistas, los educadores hemos aprendido mucho del “síndrome
Pigmalión” para el desarrollo pleno de todas las potencialidades del alumnado.
Olivier Reboul condensa la tarea pedagógica, como la de redimir la preciada
estatua ignota y presa en un bloque amorfo: "Educar no es fabricar adultos
según un modelo, sino liberar en cada persona lo que le impide ser él mismo,
permitirle realizarse en su 'genio' singular”. En la búsqueda del máximo
desarrollo de las variadas capacidades de todo ser humano, se encontrará la
irrepetible identidad personal y la elección singular del destino vital. Para
ello conviene aplicar generosa y generalizadamente el
patrón Pigmalión:
creer en cada uno de los estudiantes,
manteniendo docentes y progenitores altas expectativas en cuanto a las
aptitudes de sus pupilos e hijos, sobre todo en el caso de los más
desfavorecidos.
Los familiares y toda la
comunidad educativa deben creer en los inconmensurables talentos de cada joven,
especialmente en la etapa en la que la maduración evolutiva origina
inseguridades. “Creer para crear” posibilidades ciertas en todos los escolares
con independencia del recorrido anterior y de los fatalismos estadísticos.
Afirmando sus formidables facultades se logra el prodigio de vencer el fatídico
determinismo del “fracaso escolar” darwinista que una buena
educación puede superar.
Está
demostrado que cuando un padre, un tutor o un responsable creen y transmiten
elevadas expectativas a sus hijos, discípulos o personal, logran de éstos el
máximo rendimiento, a l
límite de sus inexploradas capacidades.
Se configura así un círculo virtuoso que
mejora esperanzas y resultados, creciendo eficazmente todos por la armónica
interacción.
Moraleja: “Mantengamos las más altas
ilusiones en aquellos con quienes convivimos; si sinceramente creemos en sus
posibilidades, las veremos cumplidas”. Difundamos en nuestro entorno este
optimista mensaje de fe en nuestros familiares y amistades, en colegas y
convecinos. El éxito se construye en una atmósfera positiva que presupone
bondad y capacidad en las personas.
Las expectativas que proyectan
nuestros personajes de referencia, a quienes queremos y en quienes confiamos,
repercuten y determinan decisivamente nuestra vida. Si ellos creen en nosotros,
su consideración se nos transmitirá y mejoraremos. Todos cumplimos las
profecías que nos predicen porque las asumimos. La confianza obra prodigios: Si
creemos
en nuestra fortaleza, creamos nuestro poder. Ésta es la Poción Pigmalión o la
Ley del Espejo: “Tratadme como alguien excepcional y lo seré”. Así funciona con
cada uno de nosotros. Probadlo en los demás y veréis sus maravillosos efectos.
Publicado
en Ecología
Social (28-3-2004),
CyberEuskadi (Columna diaria,
30-3-2004),
Kaos en la Red (27-3-2004,
comentario), El Debate (IblNews, 27-3-2003
comentarios),
Foro Republicano (27-3-2004),
Sr. Director (27-3-2004),
Vistazo a la Prensa (27-3-2004),
Foros EITB (27-3-2004),
Portal Miami (27-3-2004), Quaderns Digitlas (28-3-2004), Vorem (28-3-2004),
Uribe Kosta Digitala (Colaboración Diaria, 29-3-2004), Atlántico Canarias (opinión, 29-3-2004), Revista Hasten + Cultura (Tribuna Libre, 30-3-2004), Carta-Traca nº 76 (Sección propia en Galicia Información 31-3-2004), Página Digital (Argentina, 1-4-2004), Ávila Digital (17-6-2004),...
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