
Sanicomios
para una alocada sociedad
Mikel
Agirregabiria Agirre
Ya
cerramos los manicomios. ¿Abrimos los sanicomios?
OBSERVACIONES: Hace ya dos
décadas se cerraron la mayoría de los manicomios en nuestro país. Era un
movimiento que, desde mediados del siglo XX, se venía produciendo a escala
europea y que tuvo sus máximos exponentes en el Reino Unido, en Francia y en
Italia con un abordaje de la salud mental desde planteamientos más científicos,
comunitarios y sociales. Los decimonónicos hospitales mentales que parecían
cárceles, fueron abolidos en un irreversible avance propiciado por una
perspectiva ética y humana de asistencia al enfermo mental, junto con una
atención sanitaria normalizada en centros de salud ordinarios con el apoyo de
novedosos medicamentos.
El
paulatino cierre de los manicomios coincidió con la bandera progresista de los
profesionales sanitarios que entendieron que era la patología social
fundamentalmente la que estaba detrás del enfermo mental y que, por tanto, eran
los abordajes comunitarios los más efectivos a aplicar en su curación. Pero
también es cierto que el fin de estas instituciones coincidió con épocas de
recorte del gasto público, por lo que las propuestas vanguardistas fueron
atendidas por responsables meramente interesados en el ahorro, más aún cuando
en el Estado español, este hecho se produjo con las transferencias a las
comunidades autónomas, que, en su inmensa mayoría de los casos, se hicieron sin
las correspondientes dotaciones de infraestructuras y económicas. El resultado
fue, con diferencias territoriales notables como en Euskadi donde es notorio el
especial esfuerzo en los servicios socio-sanitarios públicos, que una gran
mayoría de las personas que ejercen la mendicidad son enfermos mentales
expulsados de manicomios, sin posibilidad alguna de integración familiar ni
social, y que están esperando la muerte de este modo absolutamente indigno.
REFLEXIONES: La salud
mental mantiene encendidas todas las luces rojas de alarma. Un informe reciente
demuestra un significativo incremento en la tasa de suicidios, que ya es la
cuarta causa de muerte con una mortalidad total del 10%. Como cabe esperar esta
probabilidad no está equitativamente distribuida, y son las zonas deprimidas
con alta tasa de paro, las que soportan una pesada carga de suicidio,
acompañada del séquito de penurias que rodea a la desintegración social como
depresión y alcoholismo. La frontera entre la salud física y la salud mental es
minúscula. En atención primaria es comprobable que el 80% de las consultas se
relaciona con patologías sociales o mentales, expresadas con síntomas somáticos
originados por alteraciones relacionadas con factores más complejos de la vida
de cada individuo.
El
linde entre cordura y locura es sutil. Montesquieu dijo que “Se encierran
algunos locos en un manicomio para hacer creer que los que están fuera son
cuerdos” y un proverbio sánscrito apunta que “El loco que conoce su locura, es
relativamente cuerdo; mas el loco que cree estar cuerdo, éste es verdaderamente
loco”. El primer grado de la locura es creerse cuerdo, y el segundo es
proclamarlo. Lo cierto es que cuando todo el mundo está loco, ser cuerdo es una
locura. Incluso se ha defendido que “antes loco con todos, que cuerdo a solas”.
RECOMENDACIONES: Hubo un
precedente histórico de “sanicomio” u hospital para cuerdos. Axel Faber,
un industrial danés retirado que vivió en Méjico en años ‘60 inauguró una
cadena de “asilos para cuerdos”, donde ganadores de premios Nobel e
intelectuales de prestigio pudieron alejarse del mundanal ruido y dedicarse a
pensar. Esas ínsulas de meditación incluyeron desde una casona en Acapulco
hasta un castillo en Viena. Uno de los primeros huéspedes fue Donald Glaser,
Nobel de Física en 1960, que declaró que "El Premio me ha enseñado que puedo
resistir un tiempo a la luz pública, pero luego siento la necesidad de
retirarme a un lugar tranquilo para trabajar. Si no se vuelve uno loco".
Los muros de los manicomios
no separaban bien cordura y locura, o quizá ha llegado el momento de salvarse
encerrándose tras las tapias porque fuera hay más locos que cuerdos, y en los
mismos cuerdos, hay más locura que cordura. Pero si creemos como Diderot que
“La cordura no es otra cosa que la ciencia de la felicidad”, hemos de
aprestarnos a curar a nuestra sociedad, de todas esas manías y enfermedades
sociales que tanto abundan, y cuya peor representación es la violencia en todas
sus manifestaciones (doméstica, bélica, terrorista). Cómicamente Perich
festejaba que "Locos y niños dicen siempre la verdad, y por eso se crearon
manicomios y colegios". Muchos creemos que el primer “sanicomio” debe
ser una nueva escuela no alienante, que rescate a las nuevas generaciones y así
a toda la humanidad. Hoy día, desafortunadamente, manicomio y escuela son los
únicos sitios donde al “cliente” no se le da (toda) la razón.
Publicado en
Ecología Social
(25-2-2004, comentario),
Kaos en la
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