Una receta aprendida en
un día de verano cuando el tiempo corre muy rápido.
El
día comenzó extraño. Una ardilla, con el mismo increíble descaro de los
gorriones y los gatos, se coló en nuestro pequeño jardín-patio, se paseó entre
dos ficus y se quedó casi una hora descansando y mirándonos con curiosidad
antes de escapar.
Luego en la piscina
recordé súbitamente una
melodía y dos titulares. Nadaba en
mi particular estilo braza, modalidad rompehielos, para evitar que las briznas
de hierba que flotaban sobre el agua fuesen mi primera ensalada sin aliñar. Me
sentí dichoso, como uno más de "los
esclavos felices”. Evoqué la obertura de dicha ópera, del
célebre bilbaíno Juan Crisóstomo de Arriaga, nacido hace casi dos siglos en la
calle Somera donde tantas veces jugué en mi infancia.
El malogrado "Mozart vasco" la
compuso cuando sólo tenía 13 años. Moriría prematuramente en París sin haber
cumplido los 20 años. Su primera obra la tituló "Ensayo de Octeto". Se la
entregó para que la juzgara a José Luis de Torres, que anotó en la primera
página de la partitura "Nada y Mucho", indicando que no valía demasiado en sí,
pero que significaba mucho que un niño de 11 años la compusiera.
Con el paso de los años
he aprendido la vida es eso: "Nada y todo". Un autor de éxito, Martín Seligman,
redescubre en su último libro de autoayuda “La felicidad auténtica”, el nombre
y la vieja receta de Aristóteles (eudaimonia). Resume la plenitud sentida
ejerciendo nuestras capacidades como "mi perro que corre y persigue ardillas,
luego existe”. Concluye que la felicidad consiste en poner nuestros talentos
personales (aunque sean escasos como en mi caso) al servicio de una causa más
grande que uno mismo, para dar sentido a la vida.
Muchos
sabios aconsejan hacer diariamente por lo menos una cosa que nos desagrade.
Dicen que así se hace la vida más provechosa y significativa. Yo, modestamente,
me permito recomendar que también hagamos una cosa que nos agrade: así valdrá
la pena vivirla. ¡Eso es lo que he aprendido en una vida que duplica la de Arriaga! He aprendido... que todo lo que una persona necesita es una mano que
sostener y un corazón que entender. He aprendido... que el dinero no compra la
felicidad. He aprendido... que es el amor y no el tiempo el que cura todas las
heridas. He aprendido... que esas pequeñas cosas que suceden diariamente, son
las que hacen fascinante cualquier vida. Sigo nadando, pero los hierbajos ya no
me incomodan.
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