La obesidad,
que amenaza a más del 30% del mundo occidental, es la epidemia del siglo XXI.
Estamos, casi todos,
demasiado gordos… excepto quienes padecen hambre crónica. Paradójicamente la
pobreza mundial se manifiesta con alta mortalidad por hambrunas… o por
gorduras. En el “Primer Mundo” se nos dice que la obesidad mata más gente que
el cáncer. En EE.UU. 300.000 muertes anuales se imputan a la gula y a la falta
de ejercicio, el 30.4% de la población es obeso, el 64% tiene sobrepeso y se
anuncia que la obesidad puede ser ya la primera causa de mortalidad. Pero quizá
la noticia sólo sea atribuible a que el mercado de la dietética supera al
negocio de la alimentación, y que los intereses de las multinacionales
aconsejan sugerirnos que adelgazamos… lo que antes nos hicieron engordar.
Porque fue el poderoso
lobby de los productores de cereales, con amplia representación en el Congreso
norteamericano, quien históricamente consiguió suculentos subsidios para sus
plantaciones, lo que les permitió vender a precios sumamente bajos a ganaderos
bovinos y avícolas. Luego la Unión Europea, igualmente sobreprotegió al sector
primario, por lo que la superproducción de alimentos, que difícilmente puede
acumularse por largos períodos y que nadie traslada solidariamente al “Tercer
Mundo”, sólo puede ser consumida con publicidad agresiva que instala hábitos
anglosajones de “comida basura” (fast
food) entre la población mundial menos informada. Todo
ello ha provocado un aumento desbordante de las raciones que nos ofrecen, así
como de las personas que no pueden combatir el consumismo fomentado.
Los datos comparativos son
escalofriantes. Se han entre duplicado y quintuplicado el peso
y las calorías de los productos en unas pocas décadas: Una hamburguesa ha
pasado de 79 gramos a 122, subiendo
sus calorías desde 202 a 210; las patatas fritas que
le acompañan, de 68 a 198 gramos, esto es de 210 a 610 calorías; las
chocolatinas, de 57 a 198 gramos, o de 297 a 1000 calorías; el botellín de
refresco de cola, de 192 a 473 mililitros, de 79 a 194 calorías; y, en el caso
límite de las palomitas se decuplica su masa, pasando de 174 a 1.700 calorías.
Lo más preocupante es que
esta pandemia de grandes raciones y sobrepeso está afectando de lleno a los más
pequeños, ofreciéndose datos incontestables como el incremento en adolescentes
de la diabetes tipo 2, quedando expuestos a complicaciones como enfermedades
cardíacas y renales, ceguera o degeneración neurológica de las extremidades.
Nos conviene aplicarnos
urgentemente algunos consejos de los nutricionistas, fundamentalmente por
razones sanitarias, además de las económicas (las
compañías de seguros comienzan a elevar sus primas a los “gruesos”) o estéticas
(que pueden llevar a la anorexia). Algunas recomendaciones básicas para una
alimentación sana, avaladas por las agencias gubernamentales más fiables, son
las siguientes:
1º Huir de la publicidad
agresiva, tanto de productos alimenticios como adelgazantes. El mercado no es
un consejero fiable para la salud: Mejor consultar cada caso concreto con el
médico o el especialista.
2º Hacer tres comida
diarias, sin olvidar el desayuno, consumiendo con moderación alimentos
naturales variados, con preferencia a los de origen vegetal (o marino).
3º Comer cinco piezas
diarias de frutas y hortalizas crudas o cocidas, como núcleo central de una
dieta equilibrada y saludable que sacia y aporta nutrientes esenciales con
pocas calorías.
4º Beber mucha agua, al
despertarse y al acostarse, antes y después de las comidas, hasta un total
diario en torno a los 1,5 litros.
5º Disminuir el consumo
de sal, alcohol y alimentos energéticos ricos en grasas saturadas (normalmente
de origen animal, mantequilla, margarina, grasas, carne roja,…) o azúcares
refinados (dulces y bollería industrial).
6º Aprovechar el tiempo de las comidas
para el encuentro y el diálogo con familiares y amigos.
Publicación
a partir del 12-2-2005 en los medios de comunicación colaboradores, como el
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